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A continuación tres poemas de Gastón Fernando Deligne...
CANTIGA
Cuando el viento ladra; cuando gruñe el trueno; a pares se miran los nidos repletos.
Si
el mal confinante fulmina certero sobre un ala sola, ¡herirá dos pechos!
Así de las almas: con doblados nexos se juntan
y ligan, cuando gruñe el trueno, cuando el viento ladra, cuando oprime el cerco de egolatrías sordas e intereses ciegos.
Viandantes
amables, vosotros -¡sea presto!- seréis de la vida conjuntos viajeros; ¡y el mal circunstante no
podrá soberbio descargar un golpe, sin alzar dos ecos!
Que sólo os fulminen (¡mi voto oiga el cielo!) nublados
de rosas, granizos de ensueño.
Y ya de partida, vosotros -¡sea presto!- hagáis el gran viaje, cantando y riendo.
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Gastón F. Deligne
INCENDIO
Dormida esta la ciudad, bajo los limpios
reflejos de una luna sin mancilla en un nacarado cielo.
Allá lejos zumba el mar; acá suspira el misterio y
en las hebras de la luz flota en su hamaca el silencio.
¡Qué de fantasmas de rosas, en blando revoloteo invaden
calladamente los cortinajes del lecho!
¡Qué tropel de diminutos y ágiles duendes aéreos se deslizan impalpables, paz
y calma repartiendo!
Todo, hasta el aire, es marasmo, todo, hasta la luz, es sueño; todo, hasta el duelo, es
quimera: ¡Sólo el mal está despierto!
De cuya presencia adusta, de cuyo empuje soberbio, hablan, gritan las
campanas con vibrante clamoreo.
Y allá al lado del poniente, entre oleadas de humo denso, asoma el robusto
monstruo su roja cresta de fuego.
"Venid" parece que dice; parece que clama: "os reto", con su ruido de agua
grande, con sus crujidos siniestros.
¿Quién no lo vio...? Era uno solo, y revistió en sus efectos, los mil
tonos, las mil formas, de un espantable Proteo.
Como niño que en petardos entretiene el raudo tiempo, así
niño en unas partes, todo lo estallable uniendo, estallaba en un volcán, del raro volcán contento.
Enamorado,
otras veces, Del uno al contrario extremo Iba hablando con su amada a puras lenguas de fuego, hasta perecer con
ella en blancas cenizas vuelto.
Ora bajando intranquilo, ya presuroso subiendo, ya contra el viento accionando ya
corriendo contra el viento; escudriñando unas veces, otras veces destruyendo; dormido como un león, en súbito
apagamiento; para surgir más robusto, más voraz y más tremendo; con profundidad de abismo, con escalofrío de vértigo era
tristemente grande, era noblemente tétrico y hermoso terriblemente ¡aquel conflicto de incendio!
Pero más
hermoso aún el alcance del esfuerzo que trajo el coloso a tierra, junto a las ruinas deshecho.
Y más hermoso
el que prueba que Jesucristo no ha muerto; que el mal sólo es transitorio, que el bien es el solo eterno.
Porque
¿sabe acaso el ave, después que el ciclón va lejos, lo que la rama querida y el dulce nido se hicieron?...
Lo
sabe la caridad, y es solamente por eso que abre, mirando a las víctimas ¡su manto color de cielo!
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Deligne
DE LA SELVA
Hasta
la selva, donde ensayo a veces himno
sin forma, fugitiva endecha, me
llegó tu canción; y su armonía aun
repiten los ecos de mi selva.
¿Qué
mucho si engañado por su acento, finjo
que en luz mi aspiración se anega; cuando
ese resplandor es el reflejo del
préstamo de luz con que la obsequias?
Así, de su abundancia se desprende, sin vivo esfuerzo ni ostensible merma, y en cascada de flores nos inunda con generoso don la Primavera.
Cierto que en mis impulsos yo he sentido lo que sentís vosotros los poetas. Dolor ante las grandes pequeñeces que el hombre cambia con su igual en guerra.
Asfixia entre las sordas tiranías que han henchido la Historia y el planeta: desdén de las sutiles distinciones en que sin fin la sociedad se estrella.
Confusión, cuando -leño entre las ondas- de sus pasiones insensibles presa, no pude discernir si la arrastraba el mar, o si su propia inconsistencia.
Ante eso, y algo más, nos detuvimos mi mente y yo, con no fingida pena. Ante eso, y algo más, el bien eterno clamoreo en el umbral de la conciencia.
Cierto que cual vosotros yo he sentido -con vehemente emoción el alma trémula- retoñar a la vida la esperanza, como campo que invade savia nueva.
Porque vi que aun existen, triunfadoras, del espléndido sol la luz perpetua; y que un simple episodio del verano el truhán invierno con sus nieves era.
Porque vi que existen, triunfadoras, con calidades blandas y risueñas, la esperanza en el seno de los hombres, la inmensidad, a expensas del poeta.
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Poetas que marcaron la historia de la poesía dominicana...
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